El blog de Marc Bernabé

Obake no Qtarō (Qtarō el fantasma)

Thursday, March 18th, 2010
  • Título: オバケのQ太郎 –Obake no Qtarō– (Qtarō el fantasma)
  • Autor: Fujiko F. Fujio / Fujiko Fujio Ⓐ
  • Editorial: Shōgakukan
  • Revista: Shōnen Sunday
  • Años publicación: 1964-66 / 1971-74
  • Clasificación: shōnen, kodomo
  • Tomos: 12 + 4
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Obake no Qtarō fue el primer gran éxito del dúo Fujiko Fujio (Hiroshi Fujimoto y Motoo Abiko) después de diez años de dificultades desde que se mudaron a Tokio a mediados de los años 50. Estos primeros diez años de carrera profesional, en los que vivieron en casi todo momento en los míticos apartamentos Tokiwa-sō, fueron realmente arduos, muy difíciles, y hubo épocas en las que llegaron a tener serios problemas para pagar el alquiler y hasta para comer.

Qtarō fue un encargo de la Shōnen Sunday, la primera revista de manga semanal junto con la Shōnen Magazine. Hacía solo cinco años que se había fundado la publicación y el manga estaba evolucionando muy rápidamente gracias a este nuevo sistema de publicación por entregas semana a semana. Cuando antes los dibujantes de manga estaban obligados a meter con calzador todo lo que querían contar en las pocas páginas que se les permitía publicar al mes –lo que se traducía en páginas muy cargadas de viñetas y bocadillos–, ahora existía la obligación de rellenar ¡cada semana! entre 6 y 10 páginas de cómic (actualmente el estándar es de unas 20 páginas a la semana). Así, rápidamente los dibujantes, que generalmente llevaban entre 2 y 4 series simultáneamente (Tezuka e Ishinomori, superhombres ellos, llevaban como 6 o 7), empezaron a buscar fórmulas para poder dibujar tan rápido como fuera posible. Así, empezó a surgir el manga tal como lo conocemos ahora, de ritmo trepidante, espectaculares viñetas, experimentos con la narrativa y el dibujo, acciones que en la vida real durarían un segundo detalladísimas hasta el punto de que ocupan viñetas y viñetas, incluso páginas enteras (recordemos la famosa escena de la bala con la que empieza Hotel Harbor View)… Se puede decir que el advenimiento de las revistas semanales fue decisivo en la evolución del manga.

Pues bien, fue en este clima cuando muchos de autores que habían estado batallando duramente hasta el momento para ganarse la vida consiguieron por fin saborear el éxito. En los años 60 despuntaron y se convirtieron en verdaderas “vedettes” del manga autores capitales como Fujio Akatsuka, Shigeru Mizuki o Sanpei Shirato, así como el dúo Fujiko Fujio, que se sumaron al elenco de autores ya consagrados desde antes, como Tezuka, Ishinomori o Mitsuteru Yokoyama.

Hacía muchos años, desde 1988, que Obake no Qtarō no se reeditaba en Japón –lo que provocó que los tomos de 2ª mano de esta obra se pagaran a precio de oro–. En 1987 se separó el dúo creativo Fujiko Fujio, que a partir de entonces pasarían a ser conocidos por separado como Fujiko F. Fujio y Fujiko Fujio Ⓐ. Como a partir de la segunda mitad de los años 60 se encargaban cada uno de las series que llevaban (solo que firmaban con el mismo seudónimo), al separarse se repartieron sus obras. Así, Fujiko F. Fujio es el autor de Doraemon y Kiteretsu, mientras que Fujiko Fujio Ⓐ firma Ninja Hattori-kun y Manga Michi, entre muchas otras más por cada lado. Pero Obake no Qtarō fue una obra creada realmente entre los dos, y por lo tanto supongo que se encontraban en el dilema de determinar a quién pertenecían los derechos exactamente.

No fue hasta el verano del año pasado cuando por fin se solventó el problema y salió a la venta, después de más de 20 años, una nueva edición de Qtarō, en el marco de las Obras Completas de Fujiko F. Fujio, una nueva colección de tomos de gran formato y calidad que actualmente se encuentra en pleno proceso de publicación en Japón (se prevé que la primera tanda será de 33 tomos, y luego, si las ventas acompañan, publicarán más). Aunque forme parte de las obras completas de Fujiko F. Fujio, sin embargo, al abrir el tomo encontramos que se acredita a ambos autores, o sea que se puede deducir que por fin han llegado a un entendimiento Fujiko Fujio Ⓐ y los herederos de Fujiko F. Fujio. Ya era hora.

Un día, jugando a ninjas con sus amigos, Shōta se topa con un enorme huevo y decide romperlo. De dentro sale un fantasmita, de nombre Qtarō, que decide ayudarle. A partir de este momento, Qtarō se instalará en casa de Shōta y junto a la familia de este último (hermano mayor, padre y madre) vivirán un montón de pequeñas aventuras basadas en el día a día. Qtarō es un fantasmita que puede volar, hacerse invisible y traspasar paredes, y además es muy voluntarioso, tragón, ingenuo y bastante torpón. Siempre intenta ayudar a Shōta, pero normalmente entiende las cosas mal (o como le da la gana) y mete la pata, lo que genera numerosas situaciones divertidas.

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Dibujo sencillo marca de la casa de Fujiko Fujio, pero historias muy entrañables y divertidas.

Qtarō es evidentemente un prototipo de personajes famosísimos de Fujiko Fujio, el “padre” de Doraemon, Korosuke (de Kiteretsu) y Hattori, entre tantos otros. Parece evidente que, una vez vieron que habían encontrado la fórmula para triunfar en el difícil mundo del manga para niños, Fujiko Fujio decidieron copiar la misma idea una y otra vez variando las personalidades de los personajes principales.

Lo que más me llama la atención, sin embargo, es la tremenda inocencia de Qtarō. Me explico: Doraemon es criticado a menudo por pintar a un chaval inútil, Nobita, que requiere siempre la ayuda de Doraemon y no es capaz de hacer nada por sí solo. En el caso de Kiteretsu, tenemos justo lo contrario: un robot inútil (Korosuke) y un chaval protagonista extremadamente inteligente. En Obake no Qtarō, sin embargo, ni Qtarō ni Shōta es más inteligente o espabilado que el otro. Ambos siempre intentan ayudarse mutuamente con mayor o menor suerte, pero su relación es mucho más igualada. A mí personalmente me da mucho mejor rollo Qtarō que Doraemon, y en este sentido he disfrutado mucho de esta obra, además del hecho de que las historietas son muy divertidas y fáciles de digerir.

Qtarō es un personaje muy conocido en Japón, aunque quizás no tanto actualmente debido a que en más de 20 años no ha habido reedición del manga ni tampoco ninguna nueva serie de anime. Hablando de anime, esta serie ha tenido tres adaptaciones a la pequeña pantalla: una en los 60 en blanco y negro, otra en los 70 y la última entre 1985 y 1987.

Obake no Qtarō fue publicado principalmente en la revista Shōnen Sunday entre 1964 y 1966, pero debido a su gran éxito también se publicó en muchísimas otras revistas de la editorial Shōgakukan, donde duró hasta mediados de 1967. Esta primera serie se recopilará en un total de 12 tomos en estas Obras Completas de Fujiko F. Fujiko. Los primeros 5 volúmenes, que recopilan todo el material publicado en la Shōnen Sunday, se publicarán durante la primera tanda (2009-10) y los otros, que recopilan todo lo publicado en otras revistas, en otras. Por otra parte, entre 1971 y 1974 se hizo una continuación repartida en varias revistas, llamada Shin-Obake no Qtarō (Nuevo Qtarō el fantasma), que en esta edición se recopilará en 4 tomos. Será la primera vez, tengo entendido, que se publicará la serie en su totalidad en forma de tomos.

Los tomos de la colección de las Obras Completas de Fujiko F. Fujio, por cierto, son impresionantes. De tamaño muy grande, en general son muy gruesos (el 1 de Qtarō tiene 446 páginas), con gran calidad de papel e impresión, y encima llevan artículos complementarios, cronologías, extras y una separata con información interesante relativa al contexto histórico de la obra (por ejemplo, como Qtarō empezó en 1964, se explican cosas sobre los Juegos Olímpicos de Tokio ’64) y otras curiosidades. Vamos, que son ediciones que harán las delicias de los coleccionistas.

Lo mejor

  • Una gran sorpresa en forma de un manga muy ameno y divertido.
  • ¡Qtarō es el prototipo de Doraemon!
  • Los extras y la calidad del tomo.
  • ¡Por fin se ha reeditado después de 21 años en el limbo!

Lo peor

  • El estilo de dibujo, extremadamente simple y anticuado, es ideal para la obra pero no creo que guste a las nuevas generaciones.
  • Que por culpa de estos problemas de derechos Qtarō sea casi un desconocido para las nuevas generaciones de japoneses y también para los extranjeros.

He no yō-na jinsei (Un pedo de vida)

Monday, March 8th, 2010
  • Título: 屁のような人生 –He no yō-na jinsei– (Un pedo de vida)
  • Autor: Shigeru Mizuki y otros
  • Editorial: Kadokawa Shoten
  • Revista: Varias
  • Años publicación: 2009
  • Clasificación: shōnen, seinen, autobiografía, ensayo
  • Tomos: 1

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Hoy, 8 de marzo de 2010, es un día muy especial por ser el 88º cumpleaños del grandioso mangaka manco Shigeru Mizuki (NonNonBa, Hitler, Operación Muerte, GeGeGe no Kitarō…), del que he hablado largo y tendido en este blog en más de una y de dos ocasiones. ¿Y qué tiene de especial el 88º cumpleaños? Pues que es una efeméride muy celebrada en Japón: el 88º aniversario de una persona es la “edad del arroz” (米寿, beiju). Esto viene de que el número 88 escrito en kanji 八十八 es como el “desglose” del kanji de arroz 米. Además, el número 8 es un número de buen augurio porque en kanji se abre hacia abajo 八, como indicando la idea de “eternidad”.

Hace muy poco, en diciembre de 2009, se publicó en Japón un grueso libro de 464 páginas en conmemoración de este 88º aniversario, un libro de tirada limitada y numerada de 3500 unidades, muy caro (4700 yenes + 5% IVA, o sea casi 41 euros del ala), que afortunadamente pude conseguir de gorra gracias a un contactillo. Creo que, al ser un Mizuki-tard, me lo habría comprado igualmente, pero ciertamente es un libro demasiado caro a pesar de ser una joya impresionante y de tener una gran calidad de impresión, diseño y encuadernación. Supongo que el hecho de que sean copias numeradas es lo que da este valor especial al libro.

El libro es un repaso indispensable a la vida de Shigeru Mizuki (nombre real: Shigeru Mura) a través de sus creaciones artísticas. Así como los libros en los que cuenta en forma de manga su autobiografía (como este o este) se centran básicamente en su día a día y nos cuentan muy poco sobre sus obras, este libro es totalmente distinto. Como buena biografía, empieza con un ensayo muy visual, repleto de fotos, sobre sus primeros años de vida, donde se nos cuenta la peculiar infancia de un Mizuki que, francamente, era bastante tonto (hasta su madre lo matriculó un año más tarde en el colegio porque pensaba que no podría seguir el ritmo de los chicos de su edad). En estas páginas, además, se nos muestran sus primeros pinitos con el arte: cuadros al óleo, dibujos, grabados y bocetos que realizó durante sus primeros años. Cuando rondaba la veintena, sin embargo, Mizuki fue llamado a filas para luchar en una isla de Papúa-Nueva Guinea contra las tropas estadounidenses y australianas. Fue allí donde perdió el brazo izquierdo y aprendió a sobrevivir (con un estilo muy peculiar, todo hay que decirlo) y cayó enamorado de los indígenas, con quienes entablaría una preciosa relación de amistad y confianza que sigue aún hoy en día pese a no hablar su idioma.

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Muestra aún sin colorear de Daira, uno de los pocos kamishibai de Mizuki que han sobrevivido.

A la vuelta de la guerra, manco y pobre, Mizuki tuvo que buscarse la vida y dio varios tumbos por la vida. Por ejemplo, en un momento dado compró una casa en Kōbe, en la calle Mizuki, y decidió transformarla en un edificio de apartamentos tipo Maison Ikkoku al que llamó, sin complicarse mucho la vida, Mizuki-sō (Apartamentos Mizuki). Fue entonces cuando nació su apodo, ya que hubo un hombre que siempre le llamaba Mizuki-san en vez de Mura-san. A partir de ese momento, toda su obra vendría firmada como “Shigeru Mizuki”. Lo más curioso de todo es que es a partir de este momento cuando el autor empieza su carrera como dibujante profesional, una carrera que viene ligada de forma muy íntima con la evolución del propio manga, ahora veremos por qué.

A finales de los años 40, Mizuki empezó a destacar como dibujante de planchas de kamishibai (teatro de papel): para que nos entendamos, el kamishibai es como un teatro de marionetas pero sin marionetas, donde un narrador cuenta una historia apoyándose en excitantes ilustraciones. El kamishibai gozó de un gran éxito en los años 40 y hasta mediados de los años 50 y muchos niños se acercaban a escuchar, a cambio de muy poco dinero, la historia que les contaba el narrador de turno en las esquinas de las calles. Sin embargo, el kamishibai perdió rápidamente aceptación debido a la creciente influencia de la televisión, hasta que acabó desapareciendo sobre los años 60. Lamentablemente, la mayoría de la producción kamishibai de Mizuki se ha perdido, pero en este libro se nos presentan unas cuantas ilustraciones supervivientes, lo que constituye un documento muy interesante. Por cierto, fue ya en esta época cuando nació el personaje fetiche de Mizuki, es decir, Kitarō.

Con el fin del kamishibai, Mizuki decidió pasarse al negocio del kashihon (libros de préstamo). A mediados de los años 50, y hasta mediados de los 60, las llamadas kashihon’ya o “librerías de préstamo” surgieron como setas. Se trataba de negocios exactamente iguales que las bibliotecas actuales, solo que con ánimo de lucro: es decir, prestaban libros a cambio de muy poco dinero (entretenimiento barato). Muchos de estos libros eran manga, y con el auge de las kashihon’ya surgieron editoriales dedicadas exclusivamente a producir libros para el circuito de librerías de préstamo. De esta época, en el libro se recogen 4 historias: una sobre el nacimiento de Kitarō, otra de Akuma-kun (Sr. Demonio), el primer capítulo de Kappa no Sanpei (Sanpei el kappa) y una historia de corte bélico.

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El nacimiento de Kitarō en la primera entrega de sus aventuras en versión kashihon.

Con la paulatina desaparición de las kashihon’ya, el siguiente paso en la historia del manga fueron las revistas, que empezaban a cobrar mucha importancia. Entre ellas surgió la mítica Garo, cuyo editor jefe, Katsuichi Nagai, tenía la idea de recuperar a autores de kashihon para darles algo de trabajo, ya que muchos se estaban casi literalmente muriendo de hambre. Mizuki, junto a Sanpei Shirato (Kamui-den), fue uno de los fichajes estrella de Nagai, y ambos se convirtieron en estandartes de la Garo. Un poco más tarde se les sumaría un tercer autor mítico: Yoshiharu Tsuge (El hombre sin talento, Neji Shiki). Durante la época de la Garo, Mizuki empezó a pulir su estilo definitivamente y a especializarse en el tema sobrenatural. De esta época se incluyen dos historias cortas en este libro.

Otro paso más dado por Mizuki fue el de trabajar para las revistas de manga para chicos (shōnen) de cadencia semanal Shōnen Magazine y Shōnen Sunday, que habían empezado su andadura en 1959 y estaban cosechando mucho éxito. En estas revistas fue donde por fin consiguió Mizuki ser un autor reconocido, sobre todo por el éxito de series –muchas de ellas remakes de series o personajes que había iniciado años antes en el kamishibai o en el kashihon– como Kitarō, Terebi-kun (Sr. TV) o Kappa no Sanpei. Algunas de estas series, como Kitarō, fueron adaptadas a serie de animación y generaron un auténtico boom de los yōkai (monstruos y seres sobrenaturales del folklore japonés). De repente, los niños empezaron a interesarse por los yōkai y a querer aprender más sobre ellos: devoraban cromos, libros, muñecos y todo tipo de merchandising, de un modo similar a lo que pasó en Occidente hace varios años con el boom de los dinosaurios provocado por Jurassic Park. Fue Mizuki, por supuesto, el verdadero “culpable” del fenómeno, y por ello es considerado el mayor estudioso y divulgador del tema yōkai en el siglo XX.

Pero la fama conllevó, aparte de mucho dinero –que ya le iba bien al abnegado autor, que con casi 50 años a sus espaldas y dos niñas pequeñas lo había pasado realmente mal económicamente hablando–, una cantidad enorme de trabajo. Tenía tantas entregas que realizar que prácticamente no podía disfrutar de la vida, y eso, en el caso de un autor tan vital como Mizuki, fue durísimo. En el libro que reseño se incluyen tres obras de esta época, precisamente capítulos de Kitarō, Terebi-kun y Kappa no Sanpei, las series que le lanzaron al estrellato.

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Easter-tō kidan (La extraña historia de la isla de Pascua), un inquietante relato seinen.

El siguiente paso que dio Mizuki también estuvo relacionado con la evolución del manga, y es que a partir de mediados de los 60 empezaron a surgir como setas revistas de manga para público adulto. Los niños que habían empezado leyendo manga en los 50 ahora eran adolescentes y veinteañeros y querían un tipo de manga más elaborado. Fue en esta época cuando las ideas de Yoshihiro Tatsumi y los suyos, impulsores del “gekiga” (ver Una vida errante y ¡¡Los tontos del gekiga!!), acabaron de fraguar. No podemos decir que Mizuki se pasara al gekiga, ya que su estilo de dibujo apenas varió, pero sí que empezó a dibujar para revistas de manga seinen (para adultos), donde publicó obras de corte más siniestro que las que había venido presentando en las revistas shōnen. De esta época, en el libro se incluyen dos siniestras historias cortas muy bien elaboradas.

A partir de este momento, Mizuki siguió trabajando incansablemente, combinando su trabajo para las revistas shōnen con las seinen y con la elaboración de enciclopedias visuales y libros divulgativos sobre yōkai. Sin embargo, ya entrados los años 80, y con más de 60 años de edad, el autor decidió bajar el ritmo y disfrutar más de la vida: por ejemplo, empezó a viajar por el mundo en busca de “misterios” y “yōkai” y se encargó de fundar y llevar adelante (junto a fieles seguidores suyos como Hiroshi Aramata y Natsuhiko Kyōgoku) una revista dedicada al tema sobrenatural llamada KWAI. También empezó a plasmar episodios de su vida en forma de ensayo manga, a veces con pinceladas fantasiosas (NonNonBa to ore) o variaciones sobre lo que ocurrió en realidad (Operación Muerte), a veces en forma de autobiografía seria (Mizuki Shigeru-den y Shinpika Mizuki Shigeru-den), a veces en forma de pequeños relatos en forma de manga. Así, de esta última etapa en el libro se incluyen tres de estos relatos: uno sobre su infancia, en el que narra las brutales peleas que tenían los chavales de los diferentes barrios de su pueblo, otro sobre un estudiante que catea en todo y no hay manera de que apruebe un examen o estudie en serio, y otro en el que fantasea sobre su propia muerte (por cierto, la muerte no es para nada un tema tabú para Mizuki, de hecho hace ya años que se construyó su propia tumba, que incluye estatuas de yōkai, de Kitarō y otros personajes suyos, y no le importa sacarse fotos delante de ella).

Todo este libro está fantásticamente editado e incluye, además de las historias manga interesantísimas, un montón de textos escritos bien por el propio Mizuki a lo largo de los años, bien por otras personas muy cercanas a él, como amigos suyos, editores, sus hermanos o una de sus propias hijas, además de muchas fotos de las distintas épocas del gran autor manco. En definitiva, un gran libro que sirve para repasar a vista de pájaro la vida de uno de los mayores autores de manga de todos los tiempos, con una carrera a sus espaldas de más de 60 años (¡que se dice pronto!) y que aún sigue al pie del cañón con su eterna sonrisa, su pasión por la vida, su enorme curiosidad y… ¡su afición por tirarse sonoros pedos!

¡Feliz 88º cumpleaños y que cumplas muchos más, Mizuki-oosensei!

Sebangō Zero (Dorsal 0)

Thursday, February 25th, 2010
  • Título: 背番号0 –Sebangō Zero– (Dorsal 0)
  • Autor: Hiroo Terada
  • Editorial: Mushi Pro
  • Revista: Yakyū Shōnen
  • Años publicación: 1956-60
  • Clasificación: shōnen, deportivo, costumbrista
  • Tomos: 1

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Seguramente habréis notado mi “pequeña” obsesión por los apartamentos Tokiwa-sō, donde convivieron varios de los más importantes creadores de manga en los años 50, unos autores que hicieron crecer el medio y lo llevaron a cotas insospechadas, hasta el punto que casi se podría decir que sin ellos, Japón no sería como es ahora el país donde más cómic se consume, donde el cómic genera más mercado, y donde más autores trabajan incansablemente creando nuevas historias. No me cansaré de repetir los nombres de los habitantes más ilustres del Tokiwa-sō: Osamu Tezuka, Shōtarō Ishinomori, Fujio Akatsuka y el dúo Fujiko Fujio.

Estos cuatro nombres (cinco, si contamos que Fujiko Fujio se separaron y ahora son conocidos como Fujiko F. Fujio y Fujiko Fujio Ⓐ) son los que siempre se mencionan cuando hablamos del Tokiwa-sō y los albores del manga. Pero hubo varios otros creadores viviendo allí (o bien simplemente apuntándose a sus fiestas), que tuvieron más o menos suerte, como por ejemplo Shin’ichi Suzuki, Naoya Moriyasu, Tokuo Yokota, Jirō Tsunoda, Hideko Mizuno…

Y sin embargo, existe un autor, el más veterano de ellos (con permiso de Tezuka) y auténtica alma del grupo, al que muy pocos recuerdan y que me apetece reivindicar: Hiroo Terada (1931-92). Leyendo Manga Michi, uno se hace a la idea de lo mucho que significó Terada (llamado cariñosamente Tera-san por los demás) para el grupo del Tokiwa-sō: con 25 años, él fue el “hermano mayor” de esos jovencísimos autores (que rondaban los 20), un chico serio, responsable, muy trabajador y que siempre estaba allí para dar consejos a sus compañeros, cocinarles algo en momentos delicados o dejarles dinero cuando les ocurría algún imprevisto.

El papel de Tera-san se reivindica sobre todo en la película Tokiwa-sō no seishun (La juventud del Tokiwa-sō), de 1996, que me encantó y va a ser proyectada por primera vez subtitulada en un idioma occidental el próximo jueves en Madrid. De hecho, creo que la reseñaré en este mismo blog, porque aunque no sea un manga, trata muy directamente sobre manga y vale mucho la pena. En esta película, como decía, se da el protagonismo a Tera-san, que ve cómo sus compañeros van consiguiendo el éxito poco a poco mientras que él, a pesar de su duro trabajo, se va quedando atrás. En este sentido, es una cinta bastante triste y melancólica, realmente excelente en este sentido.

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Zero y los chicos del Z Team jugando a béisbol.

Ya desde que vi la película se me quedó la imagen de Tera-san como el gran olvidado del Tokiwa-sō, pero tras leer Manga Michi esta imagen se me quedó grabada con aún más fuerza en la mente. Tera-san, el amable y atento “hermano mayor”, un dibujante con verdadera integridad y pasión por su trabajo, pero que precisamente debido a su integridad y a sus ideas de que “el manga es para el público infantil y debe ser entretenido, pero nunca dañino” se quedó claramente atrás. Ya a finales de los años 50, su estilo se consideraba “anticuado” y “pasado de moda”. Y a pesar de todo, él siguió en sus trece y nunca quiso cambiar de estilo.

Sebangō 0 (Dorsal Cero) es una de sus obras más conocidas, y además es considerada una de las primeras obras manga sobre béisbol, precursora de títulos tan legendarios como Kyojin no Hoshi, Astro Kyūdan o Dokaben. Tera-san era, de hecho, un gran apasionado del béisbol, y en cuanto tenía un momento salía a la calle a lanzar unas bolas.

No había podido leer nada de Hiroo Terada hasta ahora porque sus obras no se reeditan actualmente y su producción no fue nunca muy destacada, por lo que muy poco de lo que hizo se recopiló en tomo (en los años 50, el manga se publicaba solo en revistas; no fue hasta bien entrados los años 60 que empezaron a venderse tomos unitarios tankōbon en el formato actual). Sebangō 0 es una de las pocas excepciones: este tomo que reseño fue editado por Mushi Pro (la editorial que montó Osamu Tezuka) en el año 1968, ocho años después de que se terminara de publicar en la revista Yakyū Shōnen entre 1956 y 1960.

La historia está protagonizada por Zero (le llaman así porque su dorsal es el número 0), la estrella del equipo del barrio, el “Z Team”, y está ambientada en un barrio normal y corriente del Tokio de los años 50. Cada uno de los capítulos es autoconclusivo y nos cuenta alguna anécdota de Zero y sus amigos, la mayoría de ellas basadas en el béisbol. Lo que sí tienen todas las historias en común es que son extremadamente inocentes, fomentan la amistad y el compañerismo y, aunque algunas veces hay algún mal rollo, siempre se acaba arreglando, lo que termina por fortalecer los lazos de amistad entre los personajes.

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De izquierda a derecha: Terada, Akatsuka, Tezuka, Fujko Fujio Ⓐ y Moriyasu. Los del Tokiwa-sō formaron un equipo de béisbol llamado "Errors" y Tezuka fue a verles un día.

Por ejemplo, un día de mala suerte en el que todo parece salir mal pero luego se arregla; o un “espía” de otro barrio que se apunta al equipo Z para ver cuál es el secreto de su éxito y al final decide que se hará amigo de todos ellos; o un día en el que deciden ayudar a un pobre chico al que su madre tiene esclavizado estudiando como un loco y a pesar de ello saca muy malas notas (la conclusión a la que llegan es que el chico tiene que relajarse y jugar, por ejemplo al béisbol, para luego estudiar con más concentración, y la mamá se queda contentísima y todos felices); o cuando el padre y la hermana de Zero deciden ayudar a su madre, a la que ven muy agobiada, y le dicen que se vaya unos días de vacaciones a un balneario… Al final la madre regresa al cabo de un solo día porque se siente culpable de haberlos dejado allí solos –pobrecitos, que no saben ni freírse un huevo–, y todos contentos.

Como veis, todas historias muy inocentes, muy “íntegras”, muy acordes con la imagen de Tera-san que me había forjado en mi mente tras ver la peli Tokiwa-sō no seishun y leer Manga Michi de Fujiko Fujio Ⓐ. No me extraña que Tera-san no consiguiera el éxito: ciertamente, a pesar de ser una obra de la segunda mitad de los años 50, ya se percibe muy anticuada comparada con otras cosas que se hacían en la época. Pero como he dicho antes, Tera-san nunca quiso cambiar de estilo, y mucho menos dedicarse a crear obras con violencia o contenidos potencialmente “dañinos”, por lo que jamás pudo levantar cabeza y cayó en el olvido.

Este, pues, es mi pequeño homenaje a un dibujante tozudo como pocos, el alma y el líder de los grandes dibujantes que poblaron los apartamentos Tokiwa-sō. Gracias, Tera-san.

Lo mejor

  • Historias tiernas y muy inocentes.
  • Una ventana a la vida de los japoneses de clase media en los años 50.
  • El personaje Nonki-sensei, un mangaka del barrio al que le encanta el béisbol y ayuda a los chicos del Equipo Z cuando puede (basado obviamente en el carácter del propio Tera-san).

Lo peor

  • El estilo de dibujo, así como la temática, resultan anticuados.
  • Algunas situaciones, como el evidente machismo, pueden resultar ofensivas hoy en día, aunque en la época eran completamente normales.

Museo nostálgico de la era Shōwa

Thursday, February 18th, 2010
  • Nombre del museo: 昭和ロマン館 –Shōwa Roman-kan– Museo nostálgico de la era Shōwa
  • Dirección: 3-59 Kogane-Kiyoshi-chō, Matsudo, Chiba 270-0034 (Google Maps)
  • Cómo ir: A unos 12-15 minutos a pie de la estación Kita-Kogane de JR (línea Jōban). El “museo” es en realidad una sala dentro de una oficina llamada Asano Kōmuten. Llama a la puerta y solicita visitar el museo, tras lo cual te harán quitarte los zapatos, te darán unas zapatillas y te dejarán campar a tus anchas por la sala.
  • Precio: Gratis
  • Horario: De 11.00 a 17.00 (Última admisión a las 16.30). Cerrado domingos, época de fin e inicio de año y vacaciones de Obon (mediados agosto). Cada cuatro meses cierran unos días para cambiar la exposición, y a veces cierran algún sábado o día de fiesta, por lo que recomiendan llamar antes: 047-341-5211.
  • Web (en japonés): http://www.s-roman.com
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Dedico esta entrada al “jefazo” Joan Navarro de Glénat, que hace unos meses colgó en su blog una impresionante colección de ilustraciones japonesas de estilo retro con tanques, aviones y demás aparatos bélicos (aquí –a partir de la entrada titulada “Portadismo” –).

Lo que no sabe Joan, ni yo tampoco hasta hace relativamente poco, es que todas estos evocadores dibujos fueron creados por un ilustrador y autor llamado Shigeru Komatsuzaki, que tiene dedicado un minúsculo “museo” en su honor en la ciudad de Matsudo, muy cerca de Tokio; el que me tomo la libertad de comentar en esta ocasión.

Pero antes de pasar a lo que sería el museo, voy a dar un poco de introducción a la figura de Komatsuzaki, un casi desconocido de nombre, pero muy famoso por sus ilustraciones. Shigeru Komatsuzaki nació en 1915 y de pequeño quiso aprender pintura tradicional japonesa (Nihon-ga), llegando incluso a ser discípulo de un importante pintor. A finales de los años 30, empezó a trabajar como ilustrador para algunas revistas infantiles, y pronto empezó a destacar dibujando todo tipo de máquinas y vehículos.

Shigeru Komatsuzaki

Shigeru Komatsuzaki

Durante la Segunda Guerra Mundial, cosechó mucho éxito con sus ilustraciones de aparatos bélicos (tanques, aviones, barcos…), que publicaba en revistas infantiles, pero durante el Gran Bombardeo de Tokio de 1945, su casa quedó incendiada y perdió todos los trabajos que había realizado hasta entonces.

Durante la ocupación americana, viendo las penurias por las que pasaban los niños, Komatsuzaki pensó que quería hacer lo posible para devolverles la ilusión, por lo que se dedicó a dibujar numerosas ilustraciones y portadas para libros y revistas infantiles.

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Algunos trabajos de Shigeru Komatsuzaki expuestos en su museo.

En los años 50, previo al gran boom del manga que se avecinaba y que empezaría a mediados de la década, se pudo muy de moda el llamado “e-monogatari” (historias ilustradas). El e-monogatari son básicamente historias o cuentos narrados con texto y amenizados con excitantes ilustraciones y, como he dicho, en la primera mitad de los 50 vivió su época dorada. El propio Shigeru Komatsuzaki –junto con Sōji Yamakawa, autor de Shonen Keniya– es considerado uno de los dos autores de e-monogatari más influyentes de todos los tiempos, e inspiró fuertemente a artistas de manga como Shōtarō Ishinomori, Fujiko Fujio Ⓐ, Fujiko F. Fujio, Tetsuya Chiba, Leiji Matsumoto o Noboru Kawasaki (dibujante de Kyojin no Hoshi).

Muestra del e-monogatari Chikyu SOS, uno de los más famosos de este autor.
Muestra de uno de los e-monogatari de este autor

Más tarde, con el declive del e-monogatari, Komatsuzaki destacó como portadista de varias revistas shōnen. Así, muchas de las revistas de manga para chicos de los años 60 destacaban por sus impresionantes ilustraciones de aviones, barcos y demás maquinaria de guerra que estimulaban la imaginación de una generación de niños que ya no había conocido la guerra.

La cambiante faceta profesional de Shigeru Komatsuzaki siguió evolucionando junto con los tiempos. Así, en los años 60 y 70, destacó como ilustrador en un campo peculiar: el de las cajas de maquetas de plástico (para las empresas Tamiya, Imai Kagaku o Nittō Kagaku), un nuevo juguete que causó furor entre los niños. Así, nuestro autor terminó siendo conocido por el apodo “hit maker” (hacedor de éxitos), ya que sus evocadoras ilustraciones en las cajas contribuían a hacer que las maquetas que contenían se vendieran mucho mejor (unas cuantas muestras de sus ilustraciones en Google Images).

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Muestras de revistas en cuya portada figuran ilustraciones de este autor.

En las décadas siguientes, pese a su avanzada edad, Komatsuzaki siguió trabajando como ilustrador para cajas de maquetas, portadas de discos, etcétera. Es muy triste lo que ocurrió en 1995, cuando casi todo su archivo se perdió después de que su casa quedara incendiada hasta los cimientos. Pero se dice que él dijo que “no pasa nada, será tan fácil como dibujar más” y siguió trabajando hasta su muerte en diciembre de 2001, a los 86 años de edad.

En fin, hasta aquí la biografía de este impresionante monstruo de la ilustración japonesa y del e-monogatari. ¿Qué os ha parecido? Pues ahora pasaremos al “museo” que tiene dedicado en su honor.

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Ilustraciones TLQM de Komatsuzaki expuestas en su “museo”.

En la edición 2008 del Tokyo Anime Fair hubo una exposición (que curiosamente se repitió, exactamente la misma, en 2009) sobre todos los museos dedicados a autores de manga o ilustradores que existen en Japón. Muchos de ellos ya los conocía, claro está, pero allí pude descubrir otros que desconocía completamente o que solo conocía de oídas. Ni corto ni perezoso, cogí una libreta (ya que estaba prohibido hacer fotos, ya me dirás qué tontería) y empecé a apuntar lo que me interesaba, por si algún día tenía la oportunidad de visitar algunos de esos museos. Yo siempre he sido un apasionado de la era Shōwa (1926-1989), me encanta esta época de la historia de Japón, sobre todo los años 50 y 60 –entre otras peculiaridades mías, disfruto un montón con las pelis de Yasujirō Ozu precisamente porque me abren una ventana a esta época que tanto me fascina– por lo que cuando vi que había un museo llamado Shōwa Roman-kan (algo como “Museo nostálgico de la era Shōwa”, ya que la palabra “roman” (romance) tiene un matiz en japonés más de “nostalgia” o “aventura” que otra cosa) enseguida quise ir para ver qué tal.

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Excitantes ilustraciones adornan las paredes de este "museo"

Ni corto ni perezoso, aquella misma semana me subí al tren y llegué hasta la estación de Kita-Kogane, situada ya fuera de lo que sería Tokio (un poco donde el Buda perdió la sandalia), desde donde anduve durante un cuarto de hora siguiendo un mapa de Google Maps por unas calles de lo más normales hasta llegar a la dirección indicada. Cuál fue mi sorpresa cuando no vi ningún “museo” en el lugar, sino un edificio totalmente normal y corriente en cuya planta baja había una oficina llamada Asano Kōmuten (Construcciones Asano). “WTF!?”, pensé… Y, mirando mejor, vi un cartel colgado en un poste en el que ponía “Shōwa Roman-kan”. Di la vuelta al edificio, intentando encontrar la entrada, pero no la vi por ninguna parte… Hasta que reparé que, en la puerta de la oficina de Asano Kōmuten, sobre unas letras bastante grandes que ponían en japonés “Entren sin reparos”, había un mini-pegatina casi imperceptible de Shōwa Roman-kan.

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Sobre las letras “Entren sin reparos” (en verde), la minúscula pegatina (marcada en rojo) que confirma que ahí, en efecto, está el “museo”.

“Bueno, pues será aquí, aunque no lo veo nada claro”, pensé. Ya que había llegado tan lejos no iba a volver atrás sin hacer la visita, así que entré… A una oficina normal y corriente con un genkan (entrada) normal y corriente de esos en los que tienes que descalzarte. La gente de la oficina me miró raro (“¿qué puñetas pinta este gaijin aquí?”, debieron de pensar), hasta que pregunté si eso era el Museo Shōwa de las narices. Una OL uniformada de lo más típica se levantó, muy amable, me dio unas zapatillas, y me abrió el “museo” solo para mí (es decir, abrió una puerta con una llave y encendió la luz): el “museo” era una sala en un rincón de la oficina.

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Algunas muestras del material expuesto

Con un gran interrogante sobre la cabeza, me metí en la sala y la chica se marchó. Solo entonces descubrí que el “Museo Shōwa” al que había ido, lejos de estar lleno de aparatos, envases, libros, juegos y tal de lo más retro –que era lo que yo esperaba encontrar– era en realidad una pequeña sala dedicada a un solo autor: el ilustrador Shigeru Komatsuzaki. ¡Y yo no tenía ni idea de quién era Komatsuzaki! En fin, ya que estaba allí me tomé mi tiempo para repasar minuciosamente la colección expuesta y averiguar quién era ese señor y lo que hizo. La exposición, por cierto, incluye algunos originales preciosos enmarcados y colgados en la pared, algunos libros de época en vitrinas, cajas de maquetas dibujadas por él y una colección de portadas de revistas, como Shōnen Sunday y otras. Además, una parte de la sala está dedicada a exposiciones temporales de otros artistas. Cuando yo fui, había unos cuadros con ilustraciones que representaban juegos y festividades de los años 50-60 en Tokio.

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Cajas de maquetas ilustradas por Komatsuzaki

La verdad es que aquel día quedé bastante decepcionado con la visita, ya que fui con una idea y me encontré con algo totalmente distinto. Sin embargo, visto ahora, me alegro de haber ido, primero porque me permitió descubrir a un autor e ilustrador importantísimo y segundo por la marciana experiencia de ir a un “museo” situado dentro de una oficina perdida en medio de un barrio residencial de las afueras de Tokio. Aquel día no compré ninguno de los libros que ahí estaban a la venta, de lo cual ahora me arrepiento. Incluso me estoy planteando volver allí en mi próximo viaje a Tokio para adquirir alguno de esos libros, que tenían una pinta bastante interesante. Veremos si lo hago.

Shōnen Keniya (Joven Kenia)

Tuesday, February 16th, 2010
  • Título: 少年キニヤ –Shōnen Keniya– (Joven Kenia)
  • Autor: Sōji Yamakawa (historia original) / Kyūta Ishikawa (manga)
  • Editorial: Manga Shop
  • Revista: Shōnen Sunday
  • Años publicación: 1961-62
  • Clasificación: shōnen, aventuras
  • Tomos: 2

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Los que vayáis siguiendo las andanzas del grupo de blogs en constante crecimiento que venimos llamando el “Nexo TLQM” conoceréis las Entrevistas Pirata de La Arcadia de Urías. En la primera de estas entrevistas (aquí y aquí), realizada a David Esteban, el famoso Flapy del blog Un español en Japón (Flapyinjapan.com), realizaba una broma en la que decía que su blog se llama así porque la vida le llevó a Japón y que, una vez termine esta etapa de su vida, seguramente seguirá blogueando, quién sabe incluso si abriendo “www.flapyinkenya.com”. En este momento del vídeo, Urías realizó una divertida parodia en la que colocaba una máscara africana sobre la cara de David, una foto de la sabana de fondo y lo amenizaba todo con música tribal (minuto 6:11 del primer vídeo). Esta anécdota inició una especie de “tradición” entre los entrevistados de las Entrevistas Pirata que consiste en, en un momento cualquiera de la entrevista, hablar como si nada sobre Kenia. En fin, cachondeo aparte, el bueno de Flapy anunciaba hace poco que el muy “piiiiiii” se va de viaje a Kenia hoy mismo y que hará realidad la bromilla de flapyinkenya.com. ¡Envidia cochina!

Por mi parte, solo podía sumarme al cachondeo general keniata reseñando una obra capital en la historia del manga: Shōnen Keniya (antigua manera de escribir “Kenia” en japonés: actualmente no sería ケニヤ keniya sino ケニア kenia). Así que, ni corto ni perezoso, hice mi pedido y esperé a que llegase y a tener tiempo para leer la obra y reseñarla. Shōnen Keniya no es un manga como tal, sino un famoso e-monogatari (historia ilustrada) realizado por Sōji Yamakawa entre 1951 y 1955 en las páginas del periódico Sangyō Keizai. A principios de los años 50, no era tanto el cómic lo que triunfaba entre los chavales japoneses, sino el e-monogatari: historias narradas con texto y acompañadas con impactantes dibujos de situación. Dos autores sobre todo destacaron en esto del e-monogatari: el mismo Sōji Yamakawa (cuya obra más conocida fue Shōnen Ōja (El joven rey)) y Shigeru Komatsuzaki, del que no tardaré en hablar largo y tendido en este mismo blog.

Al hacer mi pedido, pues, esperaba encontrarme una recopilación de los e-monogatari de Yamakawa, pero al haber hecho el pedido a toda prisa no me fijé en un detalle que debería haber hecho saltar las alarmas: el libro que había pedido estaba firmado por Yamakawa como “autor original”, pero también incluía el nombre de Kyūta Ishikawa como autor del “manga”. Esta única pista habría tenido que bastar para darme cuenta de que no estaba pidiendo realmente lo que quería, sino otra cosa, concretamente una adaptación puramente manga del e-monogatari original, publicada a principios de los años 60 en la revista Shōnen Sunday. A ver si otro día consigo el e-monogatari y lo reseño, porque me parece muy interesante también como parte de la propia historia “primitiva” del manga.

Shōnen Keniya es básicamente una especie de Tarzán versión japonesa realizado en un momento en el que las películas del personaje creado por Edgar Rice Burroughs estaban muy de moda, por lo que es evidente que Yamakawa quiso aquí chupar rueda del “hombre mono”: Wataru Murakami, un joven japonés, viaja junto a su padre, un geólogo especializado en la localización de vetas de uranio, a Kenia, en aquel entonces todavía bajo dominio británico (se independizó al año siguiente de terminar este manga). Mientras sobrevuelan la jungla, unos misteriosos hombres armados derriban el aparato a balazos; Wataru y su padre consiguen salvarse, pero una vez en tierra sufren el ataque de un furioso rinoceronte y acaban irremediablemente separados. El joven Wataru, entonces, se topa con un viejo masai moribundo de nombre Zega, al que consigue salvar la vida tras localizar y traerle un poco de agua. Zega, el ex jefe tribal de los masai, había sido víctima de un complot de su gran rival, Senge, que no paró hasta conseguir echarle de la tribu y arrebatarle el puesto de jefe.

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Las trepidantes aventuras africanas de un joven japonés

Zega y Wataru, pues, se cogen mucho aprecio mutuo, por lo que Zega decide que enseñará a Wataru a sobrevivir en la jungla y que le ayudará a buscar a su padre, mientras que el chaval japonés ayudará al viejo masai en todo lo que pueda, incluso, en un momento dado, a echar de la tribu a su gran rival y ayudarle a recuperar su puesto de jefe. En la aventura de Wataru, que dura varios años, también participarán todo tipo de bestias típicas de África, como rinocerontes, leones, elefantes, cocodrilos e hipopótamos, y algunos de ellos tendrán un papel esencial, como la serpiente gigante Daana y el feroz elefante Nanta, que acabarán ayudando a Wataru y a Zega.

Aunque esta no sea la historia original en e-monogatari de Shōnen Keniya, sino una adaptación al cómic, la verdad es que estamos ante un manga más que decente, muy trepidante y, sobre todo muy bien dibujado. Ishikawa es realmente un gran dibujante, especialmente de animales; la maestría que demuestra dibujando a leones, elefantes e hipopótamos es impresionante, y más si tenemos en cuenta que este es un manga de principios de los años 60: en comparación con otras obras manga de la misma época, resulta bastante superior en muchos aspectos. En el plano argumental, el ritmo del manga es muy veloz y las aventuras de Wataru, Zega y Kate, una chica blanca que estaba medio presa por el chamán de una tribu enemiga y a la que rescatan los protagonistas, transcurren a toda velocidad. Sin ir más lejos, en las primeras 100 páginas de la obra (de un total de casi mil) transcurren tres años, en los que Wataru se convierte en todo un maestro de la supervivencia en la jungla y en un as de la lucha con lanza, todo gracias a las enseñanzas de Zega.

Lo que no resulta creíble, por cierto, es que el padre se pase también tres años en la jungla buscando a su hijo desesperadamente y no muera víctima del ataque de ninguna bestia, o de hambre o de lo que sea. ¡Y que además, tres años después, siga teniendo balas en la recámara de su fusil! Aparte de esto, el poco “realismo” que podía tener la obra hasta casi la mitad se va directamente al garete cuando empiezan a aparecer arañas gigantescas e incluso ¡dinosaurios!

Es muy destacable la edición de esta obra, realizada por Manga Shop, una pequeña editorial que se dedica a recuperar títulos míticos del manga de la mejor forma posible para el pequeño sector de frikis que leemos manga del año de Maricastaña. Porque es cierto que en Japón están disponibles de forma normal y corriente las obras más conocidas de los mangaka más famosos, como Tezuka, Ishinomori, Fujiko Fujio y demás, pero cuando se trata de dibujantes de segunda o tercera fila, de perfil más discreto, sus obras caen irremediablemente en el olvido. Por eso está muy bien que haya empresas como Manga Shop dedicadas a esta labor.

La verdad es que no muchas librerías tienen los libros de Manga Shop, y además son bastante caros comparados con la media (imagino que debido a que las tiradas que hacen son muy reducidas), pero las ediciones son buenas, con muchas páginas, y se nota un evidente esfuerzo por recuperar y restaurar grandes obras del cómic que habían prácticamente caído en el olvido. Hasta ahora había sido tentado varias veces por algunos títulos editados por Manga Shop, pero esta es la primera vez que realmente compro uno y me alegro de haberlo hecho.

Lo mejor

  • Un muy buen ritmo; la historia fluye con rapidez y pasas páginas a ritmo allegro.
  • Ishikawa dibuja muy bien los animales.
  • Que exista una editorial capaz de sobrevivir y seguramente ganar algo de dinero editando manga antiguo.
  • La tinta verdosa con la que está impreso el cómic recuerda mucho al estilo de las revistas de manga, con páginas de colores.

Lo peor

  • En algunos pasajes se hace un poco aburrido.
  • En los bocadillos hay muy pocos kanji y las palabras están separadas de forma muy extraña, por lo que a veces cuesta de leer.
  • Se nota demasiado qué textos han sido restaurados (o sea, re-rotulados) y qué textos no. Yo creo que deberían haber tenido que esforzarse un poco más para que no se notara tanto.